NOCHE DE VIERNES

Adriano Charpentier hoy ha vuelto a tocar la puerta de su habitación. Viene corriendo del baño, y apenas tiene tiempo para pensar en lo que hará. Sabe que cuando vuelva tiene que pasarse por el supermercado del barrio italiano a comprar la carne que tanto le gusta. Y que también debería llamar a esa chica que conoció el sábado, al final de la presentación de un libro, en un instituto español, en Manhattan. Martha, se llamaba Martha. Le encantó por como caminaba, por su vestido azul, por esa sonrisa que nunca llegaba a la risa, pero que le trasmitía seguridad y paz, sosiego es la palabra. También sabe que tiene que llamar a su padre. Su cumpleaños fue hace dos días, pero no ha tenido tiempo para nada. Y la tinta de la impresora, que no se le olvide de la tinta, tiene que enviar su trabajo a ese concurso de cuentos. Todo lo tiene frente a sus ojos en la pared de la habitación. Cada mañana, al salir y al entrar, repasa cada una de las obligaciones y de las resoluciones que cada fin de año se propone realizar y que no llega a cumplir. Porque Adriano saldrá hoy nuevamente corriendo, trabajará ocho horas en un almacén de alfombras, con un descanso a mitad de jornada, almorzará en el viejo comedor de la fábrica con sus compañeros de turno, se irá a tomar una copa de vino como todos los jueves en el restaurante portugués con su amigo Fernando, y volverá a casa demasiado cansado habiéndose olvidado de todo. Sólo al entrar a su habitación, donde los post-it le recuerdan esas obligaciones siempre olvidadas, se dará cuenta de que se ha olvidado de todo, de casi todo. Porque aunque son las nueve y media, los supermercados y la tienda de informática de la ciudad de Elizabeth están cerrados, y su padre, seguramente durmiendo allá en España. Todavía son las nueve y Martha aún debe estar despierta. Así que Adriano saca el post-it de su cómodo nido de la pared, lo mira dos veces, coge el teléfono móvil y… Y Adriano no marca el número. Se queda pensando un momento. Se tira al sofá que ni siguiera compró él, sino lo heredó de su hermano Javier cuando se mudo a Canadá. Nota cómo el polvo se ha ido acumulando sobre los muebles y se atreve a mirarse al espejo. Son canas, no muchas, pero que evidencian que han trascurrido algunos años desde que llegó a New Jersey. “Si la invito –piensa- tendré que limpiar todo; quizá pedirme un día” y antes de darse permiso para dudar, recoge una pila de hojas arrugadas con escritos sin terminar y que casi cubren su laptop. Llevan una semana en el escritorio, otros tantos sobre la alfombra, camina a la cocina y la tira en sección de “papeles”. Entonces marca. La conversación es breve. Ella le dice que se demoró mucho, que pensaba que ya no llamaría. Pero que bueno que lo ha hecho. Él la invita a cenar. ¿Mañana viernes?, pregunta ella y él se queda unos segundos en silencio, porque vuelve a mirar el caos: el clóset desordenado, la cama con las sábanas en completa rebeldía, la cocina es una ruina, el baño pide a gritos limpieza, los libros por el suelo, el librero no cumple su función. Entonces le dice que sí, mañana, a eso de las ocho y así nos tomamos algo antes. Deletrea su dirección: doscientos ocho de la John St., Elizabeth, NJ. Se siente un poco nervioso, es la primera vez que tiene una cita desde el rompimiento de su matrimonio. Está feliz, y después de un no faltes y un ni se me ocurriría, Adriano cuelga. Desea dejarse caer en la cama, disfrutar el instante, pero vuelve a mirar a su alrededor y se da cuenta de que no puede esperar. Por un momento recuerda de la pregunta que le hacia de niño a su padre: “¿Cuando es mañana?” Nunca le supieron dar una respuesta. Pero Adriano ya lo sabe, acaba de darse cuenta. Se saca la camisa, coge una bolsa de basura y camina a su habitación. Frente a la puerta, arranca todos los post-it con las obligaciones del día, obligaciones que nunca se cumplieron. Nota cómo los papeles han dejado huecos de limpieza en la pared. Sonríe sinceramente por primera vez en mucho tiempo y siente que también dentro de su cuerpo hay rincones vacíos por llenar. Agarra la bolsa negra con fuerza, abre la puerta de la parte trasera del pequeño departamento y entonces, lo sabe: mañana es hoy.

Arturo Ruiz

New Jersey, 2010

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